lunes, 11 de abril de 2011

La Oficina


I. El ascensor

Texto: Selene Serene
Llevaba semanas intercambiando miradas sugerentes con él. Miradas que al final se convirtieron en sutiles sonrisas de complicidad, y un reconocimiento mutuo de... de... ¿de qué exactamente?
Y luego, cada vez que coincidíamos, cada vez que nos cruzábamos en el pasillo o en la puerta principal de la oficina, cada vez que nuestros ojos hacían esa inevitable conexión... yo me sonrojaba más y más mientras en él se veía como su confianza crecía y crecía. Todo esto ocurría aunque ni siquiera habíamos tenido la oportunidad de intercambiar ni una sola palabra, era como si decir ‘hola’ hubiera puesto en peligro a nuestra “relación”, esa extraña complicidad sin palabras.
Hasta hoy. Hoy me ha hablado, tres palabras, nada más: “No te muevas”.Tres palabras que nunca olvidaré, tres palabras que me entraron, con un susurro al oído, para instalarse en mi alma.
Ocurrió en un ascensor lleno de gente, que subía lentamente hasta la planta 12. Era hora punta, había mucha gente entrando y saliendo. El se encontraba en el fondo del ascensor, contra la pared, y yo justo delante,¡al lado de él! ¡Irremediablemente a su lado! El se movió levemente hacia la esquina y yo, por timidez o por mis nervios, intenté darle la espalda, pero con tantas personas empujando no podía evitar el contacto, mi espalda contra su pecho. En ese momento él aprovechó la ocasión, acercó sus labios a mi oído, noté su aliento cálido tomando aire. Y fue entonces, cuando escuché su voz por primera vez, apenas un murmullo que nadie consiguió apreciar salvo yo.  Apenas terminó de pronunciar aquellas palabras noté como un escalofrío recorría mi espalda. “No te muevas”, dijo y no era difícil, casi no era capaz de respirar.
Por eso no pude moverme cuando su mano acarició mi espalda, el miedo a llamar la atención y que alguien se diera cuenta de lo que estaba sucediendo me atenazaba, el sin embargo se mostraba confiado, seguro, tanto que su mano fue bajando, bajando...
Tampoco pude hablar ni reaccionar cuando sus manos me levantaron la falda por detrás, sin que nadie se diera cuenta...
Dejé de respirar cuando sentí el roce de sus dedos explorando mis piernas, subiendo, subiendo...
Y tragando saliva, me cerré los ojos cuando sentí como se separaba mi tanga de mi piel, la tela estirándose...
Dejé escapar un gemido cuando sentí el algodón romperse, y la sensación de mi tanga deslizándose entre mis nalgas...
Una gotita de sudor en mi frente, mordiéndome el labio inferior. Me había quitado el tanga completamente...
Las puertas abiertas, mis ojos abiertos, la gente saliendo... planta 11. Me dí la vuelta para mirarle, quizás para enfrentarme con él. Pero ya no estaba.
Y así empiezo el día, subiendo sola hasta la planta 12, sin braguitas, y con ganas de hacer de todo menos trabajar!

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